domingo, 26 de septiembre de 2010

Está contigo en todo momento, incluso después de haber terminado de bailar. Te acompaña en todos los momentos del día y de la noche. Es un arte que se expresa en tu manera de caminar, de comer, de actuar y de no hacer nada. Es el arte del cuerpo y mientras la bailarina sienta su cuerpo, sentirá la llamada de la expresión en términos de danza. Los bailarines siempre son conscientes de su aspecto físico. Ésa es la regla del juego. Yo puedo moverme con más o menos gracia, pero siempre soy consciente de cómo me muevo. Puedo relajarme, pero mi cuerpo me avisa de cuando se ha acabado el tiempo. Puedo sentirme satisfecha con mi fuerza física, pero siempre sé que puedo utilizar un poco más de fuerza. Y siempre sé también que cuando estoy guapa, cuando la línea de mi pierna cruzada forma un delicado ángulo, cuando mi postura indica seguridad, y cuando un porte orgulloso exige respeto. Yo, como bailarina, sé también que cuando me invade la depresión, me hundo por el medio, mis movimiento se hacen desgarbados y me cuesta enormemente mirarme al espejo. Yo, como bailarina, puedo correr a pasos largos y graciosos para coger un taxi, pero estoy totalmente atenta a cada grieta de la calle porque no quiero lesionarme. Escojo los vestidos no por su estilo, color o moda, sino por su línea…, la obsesión de una danzarina.
Cuando has estado observando el progreso de tu cuerpo año tras año en el espejo de la clase de baile, eres consciente de cada centímetro y de cada curva. Conoces el aspecto de las gotas de sudor que caen relucientes del final de un mechón de pelo cuando has estado trabajando firme. Sabes que cada rebanada de pastel de chocolate que te permites por la noche tendrá que ser eliminada en un arabesco al día siguiente. Aprendes a aplicar tus conocimientos de bailarina a las pequeñas tareas de todos los días, por ejemplo al hablar por teléfono y estirar los músculos de las pantorrillas sobre una mesa para ahorrar tiempo. Puedes cambiarte hábilmente de ropa en el asiento de un avión sin que nadie lo note, porque tu cuerpo es tu dominio de manipulación y sabes que puedes hacer lo que quieras con él. Tu relación con el dolor se hace complicada. Hay dolor bueno y dolor malo. El dolor bueno se convierte en una sensación que hechas de menos. El dolor malo se transforma en una sensación de peligro. Con la edad, aprendes a controlarte. Sabes que la respiración es tan importante para el movimiento como la propia técnica. Aprendes a no respirar nunca hacia adentro. Comprendes que la naturaleza involuntariamente ya se cuida de eso, como haces cuando duermes. Aprendes a respirar solamente hacia fuera. Al hacerlo, sueltas las toxinas de tu cuerpo. Cada vez que das un puntapié, respiras hacia ese puntapié. Con eso sabes que podrías estar dando puntapiés indefinidamente..

en fin.. esto es mi vida.